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El “mito urbano” de la camioneta blanca que secuestra menores está adquiriendo proporciones egregóricas.

La historia es asaz conocida: una camioneta, van o “traffic” (como solemos llamarle en Argentina) inveteradamente blanca, con puertas deslizantes laterales, sin ventanillas o con las mismas opacadas y tripulada –según las versiones- por uno a tres hombres, recorre las calles de ciudades grandes y pequeñas, y hasta de pueblos, acechando la salida de niños y niñas de colegios. Según el lugar (y el momento) sus víctimas suelen ser pequeños o adolescentes femeninas. Y según los rumores, sus objetivos van desde la trata de personas hasta la extirpación de órganos para un infame mercado negro.

Es fácil constatar la historia en Argentina, Chile, Brasil, México, Perú, Colombia. Y en cada uno de esos países, en lugares tan disímiles como –en nuestro propio territorio- Río Gallegos, Buenos Aires, Paraná o Resistencia. Supongo que cada lector interesado en profundizar puede hacer un “barrido” semejante en su propio país hasta donde sé y por ahora, acotado al ámbito latinoamericano.

Los hechos son los siguientes:

– Las denuncias ya suman centenares en, hasta donde he relevado, seis países. Y en varios de ellos, distintas ciudades.
– No queda en la categoría de rumor, ya que las familias implicadas han presentado denuncias policiales y judiciales.
– Las distintas autoridades han iniciado las investigaciones correspondientes. Pero (nótese bien) no se ha podido proceder a una sola detenciòn.

Comprobado esto, la original presunciòn (la mentira inventada por algunos niños o adolescentes para disimular picardías) cae por el peso abrumador de la multiplicidad de denuncias. Entonces, cabría preguntarse: ¿estamos ante un caso de “psicosis colectiva”?. “Histeria de masas”, afirmaría algún psicólogo. Y sería posible pensar en una alucinación por contagio, si no existieran estos otros dos hechos:

– La psicosis colectiva requiere situaciones y marcos muy precisos. En primer y excluyente lugar, proximidad geográfica entre las víctimas, sometidas así a estímulos disparadores comunes. No se contagia por los diarios o por Internet.
– Y éste, particularmente relevante: existen numerosos testigos imparciales de la presencia de las “camionetas blancas”. Vecinos, compañeros de colegio, comerciantes de la zona. Totalmente fuera de la masa crítica de energía psíquica disparada en forma de histeria de masas. Ajenos a la misma. Esas “alucinaciones” no se contagian.

Entonces, ¿qué?.

Es importante recordar, antes de continuar, que un Egrégoro es, ante todo, una masa potencialmente intensa de energía psíquica. Organizada de manera autónoma, con sus propios “engramas” Y productor de, cómo no, sus propios fenómenos parapsicológicos. Entre ellos, el de “ideoplastia” (que puede ser fotografiada), “tulpas”, “formas de pensamiento”. Más aún, absorbe el psiquismo de sus víctimas, siendo uno con el mismo y, en consecuencia, lo que esté en aquél, está en éstas. Recordemos, sin ir más lejos, el caso del “experimento Phillip”.

Así que lo que propongo es esto: a partir de cierto momento, la idea –si real o supuesta, amerita una investigación que ya a estas alturas es casi histórica- de potenciales secuestradores en camioneta blanca traumó a un grupo etario dentro del espectro considerado, con tal intensidad que, relatado y compartido con sus pares, se alimentó de sus propios miedos y adquirió la “vida propia” de un Egrégoro. Y, a partir de allí, cada relato, cada noticia, cada plática de una madre temerosa con su hija, lo alimentó más, dándole esta continuidad que hoy padecen tantas familias de nuestro continente. Y que continuará creciendo, quizás mutando y adaptándose a nuevos “disfraces” mientras los temores radicales y basales no encuentren la férrea barrera de la sensatez y la prudencia racional.

Fuente Al Filo de la realidad

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